La animación rusa es tan extensa y heterogénea, que es difícil definir en apenas unas líneas. Surge desde comienzos del siglo XX, y desde entonces, se ha convertido en una de las grandes potencias en el género.
Sus planteamientos formales van desde el clasicismo más rabioso del realismo socialista hasta el acercamiento particular al estilo Disney, que han escrito las grandes páginas del cine de animación primero soviético y ahora ruso.
Nombres como Iván Ivanov-Vano, Fedor Khitruk o Lev Atamanov representan la edad de oro de la animación soviética de postguerra, a los que en décadas posteriores se irán sumando las nuevas generaciones representadas por Nina Shorina animadora de muñecos y creadora de un mundo propio de corte surrealista; Youri Norstein uno de los creadores mas personales del cine de animación mundial, que con su “Cuento de los Cuentos” lleva a la cima el cine poético; Garri Bardine maestro de la animación con plastilina y autor de la divertida “Caperucita Roja y el lobo Gris”; o Edouard Nazarov, nombre fundamental de la animación contemporánea.
Pero en la actualidad, el número de animadores/as no ha disminuido, y junto al espléndido y barroco trabajo realizado con pintura sobre cristal de Alexandre Petrov, autor de “El viejo y el mar”, encontramos a autores que se relacionan en los Estudios Pilot (Mikhail Aldashin, Ygor Kovaliov o Alexandre Tatarsky) o como Konstatin Bronzit (Au bout du monde), mucho más minimalistas, pero sagaces analizadores del factor humano.
via: animac
Artículo:"Días ordinarios y días festivos de la animación rusa" escrito por Natalia Lukinykh para Miradas .
Para los animadores rusos, que viven, como el resto de la comunidad de la animación en el mundo, de acuerdo con los ritmos de su trabajo y del calendario único de su profesión, los otoños y los inviernos de la década pasada han sido épocas de especiales esperanzas y ansiedades. A la llegada de cada diciembre los animadores de Rusia han cosechado una impresionante colección anual de nuevos honores y premios internacionales, cuyo rango se extiende desde alguna nominación al Oscar (hubo tres finalistas en los años 90, antes de que Aleksandr Petrov lograra el codiciado premio con El viejo y el mar en 2000) hasta prestigiosos galardones en afamados festivales de animación como los de Annecy, Hiroshima, Zagreb, Stuttgart, el Fantosh de Suiza o el KROK de la propia Rusia.
Los diez años de historia de la muestra de Tarusa-Suzdal nos brindan ahora una oportunidad para echar un vistazo analítico a las eternas dudas acerca de nuestras propias fuerzas. Ciertamente, cuando el festival Rusia Abierta para filmes de animación había acabado de nacer -en cierto sentido manteniendo la tradición soviética de los seminarios anuales de Bolshevo, en las afueras de Moscú-, había muchas razones para estar insatisfechos. La primera muestra de películas rusas de animación que marcó una nueva era tras el colapso de la URSS ocurrió en febrero de 1996, seis años después del último seminario de Bolshevo. En aquel momento, nuestra industria fílmica independiente estaba en peligro de desaparición y todo logro en este campo era a despecho de las difíciles condiciones de vida. Es todavía causa de admiración que durante ese período de empobrecimiento de la producción cinematográfica haya sido específicamente la animación -que había perdido acceso a los estudios bien equipados y muchos de cuyos especialistas habían emigrado a Occidente, tras haber dependido de subsidios gubernamentales y patrocinadores particulares- la que, más que sobrevivir, mantuviera su posición ventajosa como escuela fílmica nacional en los festivales de ese género en el mundo.
No obstante, a pesar de una pausa de largos años, esta primera muestra doméstica de animación, de modo inesperado, reunió un digno programa de películas realizadas por directores talentosos y demostró potencial para reanimar las fuerzas creativas. Los organizadores resolvieron mostrar al jurado de profesionales todas las películas hechas en estudios rusos y por animadores independientes, incluyendo anuncios publicitarios, clips e incluso ejercicios de computadora realizados por novicios. A pesar de este enorme flujo, se hizo evidente, año tras año, el talento de los animadores post-perestroika como testimonio de la formación en Rusia de una nueva generación con un potencial creativo muy promisorio. Aleksandr Petrov, Mikhail Aldashin, Andrei Zolotukhin, Irina Evteeva, Valentin Olshvang, Mikhail Lisovoi, Ekaterina Mikhailova, Vladislav Bairamgulov, Sergei Ainutdinov, Andrei Ushakov, Dmitrii Geller, Aleksei Demin o Stepan Biriukov son algunos de los nombres de los muchos animadores rusos cuyas exitosas carreras comenzaron en la modesta pantalla de Tarusa.
Con los años, el festival de Tarusa ha ido cobrando mayor importancia y, ya en el principio del nuevo milenio, requiere de nuevas formas y regulaciones de la actividad profesional. Después de superar la pobreza y el caos artístico que caracterizaron a los años 90, la industria fílmica rusa entra en la nueva era con un programa a largo plazo apoyado por el gobierno. Con ese estímulo, los estudios de animación se esfuerzan por competir con las producciones norteamericanas y sobrepasarlas comercialmente, al tiempo que los nuevos talentos se sumergen activamente en la animación aplicada. Como ya no había capacidad para el número creciente de entusiastas y participantes, en 2002 el festival de animación se mudó de Tarusa a una confortable instalación turística en Suzdal, la famosa ciudad-museo rusa, donde los animadores rápidamente se sintieron como en casa. Al mismo tiempo, el alcance y la calidad de la creciente producción forzaron a los organizadores a adoptar determinadas exigencias y a establecer un Comité de Selección. Mientras el festival ha entrado en su segunda década, se han hecho algunos cambios cardinales en el sistema tradicional de evaluar las películas. Bajo el liderazgo permanente del presidente y del director del festival -Alexander Tatarsky y Alexander Gerasimov, respectivamente-, el comité eliminó el jurado compuesto usualmente de cinco a siete personas y transfirió esa función a treinta y tres expertos.
Igor Kovalev, que en 2005 recibió el premio a la mejor película con Leche, obtuvo entonces el número más alto de proposiciones en la votación del jurado. Estrella de la animación nacional y mundial y uno de los fundadores de Studio Piloto, Kovalev, quien desde 1992 trabajaba en el estudio Klasky Csupo, en EEUU, había aspirado durante mucho tiempo a ser incluido en un festival ruso. La votación demostraba que la película del famoso director emigrado estaba emocionalmente muy a tono con la audiencia. Leche es una película de autor acerca de la vida familiar, permeada de fuertes pasiones de la madurez y de tímidas sensaciones de la infancia.
Todas las obras premiadas y las finalistas en el festival han sido notables películas de autor que han marcado alguna ruptura creativa en la carrera de sus directores. Esto es cierto para Dmitri Geller y su Confesión de amor (2006), Aleksandr Bubnov y su Sherlock Holmes y el doctor Watson (2005), Ekaterina Mikhailova y su original puppet-mation sobre La hija del Capitán, de Pushkin (2005), Aleksei Demin y su elegante versión animada de la novela Buatel, de Guy de Maupassant (2006), el debutante Petr Bronfin y su expresivo estudio lírico Ciudad (2005), Elizaveta Skvortsova y su colección de miniaturas musicales Canciones de cuna del mundo (2005), y también cierto, naturalmente, para el último cuento de la serie La montaña de las gemas, creada por el Studio Piloto bajo el liderazgo de Tatarsky. La cantidad misma de estas sobresalientes películas de animación, tan notablemente distintas de las producciones masivas de consumo en la industria del video, da testimonio del vigor y la independencia del arte ruso contemporáneo de la animación.
Si el destino de la animación rusa contemporánea estuviese determinado por la calidad de ese festival, entonces no habría nube alguna para nuestros animadores. Las leyes crueles del mercado fílmico y del video, sin embargo, imponen un poderoso correctivo en sus vidas fuera de los festivales. No asombra que las conversaciones acerca de dinero y popularidad, tan inusuales en esta comunidad creativa, se hayan convertido en algo principal en muchos debates profesionales. Aun con el apoyo estable del gobierno, la forma en que opera el mundo del espectáculo deja a los animadores rusos progresivamente menos y menos oportunidades de conservar su independencia creativa dentro de la profesión, porque los productores y la televisión, orientados hacia las producciones comercialmente provechosas, restringen, a propósito o no, el desarrollo del cine de autor. Así, son específicamente las películas taquilleras las que son consideradas por el mundo del espectáculo como logros de la animación contemporánea, mientras las joyas verdaderas que son adecuadas para las muestras de los festivales permanecen desconocidas para el público general.
Una excepción muy rara en la producción de animación serial es el trabajo de los animadores y directores en el Studio Piloto y en Animos, que han emprendido proyectos educativos basados en clásicos literarios infantiles. Sus películas realmente no caben dentro de la categoría de las producciones comerciales por su alto nivel de profesionalismo y la individualidad de sus realizadores, que tantos premios han recibido en Suzdal y en prestigiosos festivales internacionales. Es reconfortante saber que estos estudios conservan la continuidad generacional y la disciplina creativa interna, tan importante para nuestra industria doméstica de la animación, y que no ceden calidad estética por el beneficio comercial. Pero todavía estos famosos estudios y los realizadores reconocidos que trabajan en proyectos independientes, así como también los jóvenes talentosos que comienzan su carrera profesional, deben competir por el apoyo gubernamental, por los patrocinadores influyentes y por la popularidad con cualquiera que quiera hacer los seriales y los grandes éxitos que demanda el mercado. Ésta es la severa ley social que gobierna la vida ordinaria de los animadores rusos.
Naturalmente, es muy difícil hoy reparar las grandes pérdidas profesionales sufridas por lo que una vez fuera la imperialmente poderosa industria soviética de la animación industrial, que era capaz de reunir y definir el destino de los estudios y de los animadores individuales, de los maestros reconocidos y de los jóvenes principiantes. Pero la práctica demuestra que, a pesar de todas las dificultades de la vida bajo las condiciones del mercado, es muy poco probable que nuestros animadores vuelvan la espalda a la independencia creativa y económica. Quien haya escogido la animación como la profesión de su vida debe continuar haciendo su honesta labor, creyendo en su propia fuerza y en sus ideas. Así es que vale esperar que ninguno de los cambios socio-económicos de la nueva época volverá a poner a prueba la determinación de los herederos de la rama más mágica de nuestra industria fílmica. Su laboriosidad, su tenacidad y su optimismo son precisamente los atributos que les ayudan a sobrevivir -con mérito profesional, sentido del humor y fantasía enriquecedora- las temporadas de poco dinero y escasa atención del público. De otra manera, al final de cada año, en la preparación para una nueva ronda en Suzdal, nuestros animadores sólo catalogarían sus pérdidas más que nuevos premios nuevos y nuevas ideas creativas.
Natalia Lukinykh es crítico de cine moscovita. Es la programadora principal del Festival Internacional de Animación Rusa KROK, en Suzdal.
Directorio de películas y animadores Rusos: www.animator.ru,
Reseñas de cortos de animación soviética de la selección Masters of Russian Animation. Redacción de Miradas
Notas acerca de los dibujos animados en Rusia. Zoia Barash
ESTUDIOS PILOT
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